No estoy seguro de por qué tenía Vineland en mi estantería. Es una copia reventada, de enésima mano, que probablemente compré en alguna charity local. Es la primera obra que leo de Pynchon; sabía que era uno de esos autores postmodernos estadounidenses que la gente describe como difíciles de leer, y seguramente por eso la tenía. La vería en la tienda y me daría un arrebato de aspiracionalismo millennial. Ahora, sí recuerdo por qué empecé a leerla: mi mujer estaba a punto de dar a luz y el NHS recomienda tener la mochila lista desde la semana 32, por si tienes que salir corriendo al hospital. No quería llevarme los dos libros que tenía a medias en ese momento porque eran ensayo/no-ficción, y leer ese género fuera de casa me parece el colmo del esnobismo, incluso para alguien como yo, que escucha a Aphex Twin sin ironía.
Miré mi estantería buscando algo de entre 200 y 300 páginas que no fuera un clásico - —por las mismas razones que ya mencioné sobre los ensayos—, y Vineland me pareció una buena opción. Honestamente, mi primera reacción al comenzar a leer fue sobre la gran cantidad de memoria RAM y concentración que demanda la prosa enrevesada de Pynchon. Probablemente, sólo es posible sumergirse en ella en dos contextos: un hospital o una cárcel. Fuera de ahí, es una obra que prácticamente no puedes leer en ningún otro lugar, especialmente los que tenemos el cerebro frito por el telefonino.
La trama básica de Vineland es algo barroca, por lo que me es imposible resumirla adecuadamente aquí, pero haré un esbozo. La novela tiene lugar en California en 1984, aunque la trama salta temporalmente entre este año, el macartismo y finales de los años sesenta. Empieza con Zoyd Wheeler, un ex hippie que, para seguir recibiendo una paguita de discapacidad mental, realiza cada año una charlotada pública rompiendo la ventana de un establecimiento local. A medida que avanza la trama, descubrimos que no lo hace por ser un fumeta caradura, sino como parte de un trato con los servicios secretos estadounidenses.
El personaje en torno al cual gira la historia es en realidad Frenesi Gates, su exesposa, que está desaparecida. Frenesi es hija de veteranos comunistas de carnet que trabajaban en Hollywood durante los años de la “amenaza roja”. Ella rechaza los ideales de la vieja izquierda y se presenta como una revolucionaria romántica y voluntarista, involucrada en los movimientos radicales de los años sesenta, soñando con salir al mundo a filmar la revolución. Sin embargo, también acaba atrapada en las telarañas del poder al involucrarse con Brock Vond, un fanático anticomunista y agente del FBI que usa métodos mafiosos para forzar a miembros de organizaciones estudiantiles para que hagan de quintacolumnistas y destruyan el movimiento desde dentro. Pynchon pareciese sugerir con esto que tanto los simpatizantes, que estaban ahí por las drogas, el sexo y el rock and roll, como los militantes convencidos, que sí creían en la causa, terminaron siendo absorbidos de todas maneras por el mismo sistema que intentaban destruir.
Vineland es una típica sátira postmoderna que ridiculiza los ideales radicales de los años sesenta, pero lo hace sin proponer una alternativa clara ni desde una postura moral definida. Creo que la distancia irónica que emplea Pynchon cumple dos funciones principales: por un lado, es evidente que el autor siente simpatía por la cultura juvenil de los sesenta y por lo que esta podría haber llegado a ser. Sin embargo, al observar los resultados, prefiere no asociarse con ella y no duda en ridiculizarla. Por otro lado, esta ironía le permite evitar ser objeto de la misma burla, al no ofrecer soluciones concretas que pudieran ser cuestionadas con la misma mala leche que emplea contra los ideales de la contracultura. En este sentido, la ironía se convierte en un mecanismo de protección frente al ciclo de crítica que aplica a esos ideales y luchas. Cuando alguien critica a la loonie left sin ofrecer una alternativa, en un primer momento podría parecer un reaccionario. Pero luego te das cuenta de que, en realidad, es un comunista desilusionado, esperando la próxima oportunidad para volver a girar hacia la izquierda.
El amor de Pynchon por la cultura de los años sesenta es palpable: la libertad, una sociedad joven y vibrante, casi criminal en su rebeldía, que buscaba dejar atrás el mundo conformista de los cincuenta. Sin embargo, todo ese potencial fue cooptado por el propio estado una vez las cosas se ponían serias. Lo que debía ser el fin de Los Carcas, terminó con los propios hippies, que una vez pasada su fase rebelde, acabaron convertidos en otros muermos, atrapados frente a la televisión.
Ésta última es clave en la sátira de Pynchon, referida en la novela como “El Tubo”, que funciona como una metáfora del adormecimiento y aburguesamiento de los radicales de los años sesenta. Leyendo la novela, esta crítica suena algo desfasada, como de lector de El Jueves, aunque a decir verdad, es perfectamente traspasable al papel que ha acabado teniendo internet, haciendo que la postura de Pynchon mantenga cierta relevancia.
En esta línea, Pynchon introduce en la narrativa ciertos elementos de realismo mágico, con una especie de secta llamada los “tanatoides”. Sus miembros no están ni vivos ni muertos, sino en un estado intermedio, resultado de “desequilibrios kármicos”. Estos muertos en vida pasan el día viendo televisión, atrapados en la nostalgia y en asuntos no resueltos de los años sesenta. Éste es probablemente uno de los pocos elementos de la novela en los que Pynchon parece tomar una postura clara, advirtiéndonos del peligro de la nostalgia: no se vive el presente porque se está anclado en el pasado.
En cuanto al villano de la obra, Brock Vond, no parece tener un motivo claro. Su maldad parece gratuita, funcionando más como el arquetipo desgastado de The Man. Al igual que la sátira de la televisión, su representación parece un chiste desfasado, especialmente considerando que, en la actualidad, la arbitrariedad autoritaria del Estado proviene precisamente de los herederos de los radicales de los sesenta. Aunque reconozco que se me escapó una risa cuando los planes maléficos de Vond se ven frustrados por loh recorteh de Reagan.
Pynchon, a lo largo de la novela, nos habla de una generación complaciente que ha abandonado sus ideales revolucionarios. Sin embargo, no ofrece una forma concreta de rebelión, dejando al lector en una especie de limbo. La solución que parece sugerir es un retorno al confort del hogar, como lo indica el final de la novela, donde los personajes encuentran refugio en la vida doméstica. No obstante, este retorno no es una verdadera solución revolucionaria, sino más bien una retirada, algo que también queda reflejado en los familiares de Frenesí, sindicalistas de toda la vida cuyo activismo se ha reducido a una serie rituales anuales vacíos como la manifestación del Primero de Mayo
La novela también examina el énfasis de los años sesenta en la liberación cultural y sexual como formas de resistencia, evidenciando su fracaso. Frenesi se convierte en informante del gobierno porque se enamora de Brock Vond, lo que subraya cómo la liberación sexual, en lugar de ser una forma de resistencia, puede ser utilizada como una mera herramienta de dominación. De manera similar, el sexo, las drogas y el rock and roll, pilares de la contracultura, son retratados por Pynchon como ineficaces en su lucha contra las estructuras de poder, que las acaba neutraliznado y cooptando.
En términos meramente literarios, es una novela compleja que introduce narrativas dentro de narrativas, que a su vez están dentro de otras narrativas. Definitivamente, es una obra que no puedes leer si no sabes cómo te sentirías sin haber desayunado esa mañana. En ocasiones, parece un videoclip, disparando imágenes complejas y entrelazando descripciones extensas que no llegan a ningún sitio. No seré yo quien se queje del estilo maximalista; sin embargo, esto resulta contraproducente, ya que el exceso de detalles y la falta de jerarquía narrativa acaban siendo una distracción que te expulsan de la propia lectura. A menudo, los hechos fundamentales de la trama se pierden entre enumeraciones y yuxtaposiciones caóticas, creando un embrollo narrativo que oscurece el avance de la historia.
La lectura se me hizo cuesta arriba en varios momentos, pero una de las razones por las que perseveré es que, como ex-radical, me vi identificado con algunos de los personajes de la novela, especialmente en la parte central, donde se relata la historia de la “República Popular del Rock and Roll”. Me vi reflejado en el entusiasmo, la fe ciega en ideas completamente disparatadas y la convicción de que la revolución era inminente, así como en lo absurda que resulta la represión estatal contra individuos inofensivos, cuyo mayor enemigo no es otro que su propio romanticismo.
Sin caer en la nostalgia, obras como Vineland siempre me recuerdan una escena de Curb Your Enthusiasm en la que la acompañante de Larry David en el cine quiere abandonar una película a mitad porque no le gusta, y él responde que siempre termina lo que empieza, que tiene amigos a los que no soporta desde hace 20 años, pero siguen siendo sus amigos. Puedo contar con los dedos de una mano los libros que no he terminado. Vineland estuvo a punto de ser uno de ellos, pero, en cierto sentido, puedo decir que ha merecido la pena. Me ocurrió algo similar con Faulkner y El ruido y la furia. Hay obras que son una tortura leer, pero una vez que las terminas, todo cobra sentido y la lectura finalmente merece la pena. Lo que al principio parece denso y arduo, adquiere coherencia al final, cuando todo encaja. Las horas muertas en el materno infantil también ayudaron, para ser sinceros.
En definitiva, Vineland es una historia sobre el fracaso del proyecto radical de los años sesenta, de lo que ofrece una visión nihilista sobre la posibilidad de derribar al Estado a través de la acción individual y el mero cambio cultural, ya que este último acaba siendo fagocitado por el propio sistema para aplastar al disidente. ¿La recomendaría? Sólo si tienes que pasar mucho tiempo en un hospital o en la cárcel.
Ficha Técnica — Vineland de Thomas Pynchon
Título Original: Vineland
Primera Publicación: 1990
Edición Analizada:
Editorial: Vintage
Número de Páginas: 385
Fecha de Publicación: 1997
Idioma: Inglés
Tu experiencia me ha recordado mi fallido intento de leer hace años «El arcoiris de la gravedad», que, por desgracia, quedó solo en eso: un intento.
Cada par de meses pienso en probar de nuevo, pero el estilo de Pynchon es realmente un desafío.
Enhorabuena por la excelente reseña.